Por Katherine Hoch*
“Me quiero matar” me dijo Amaranta, después de terminar de ver la película. Antes de los juicios posibles, quiero aclarar algo: a ella no le gusta ir al cine. No aguanta estar sentada por más de una hora, inmóvil, entremedio de hordas y hordas de gente. Lo suyo son las salsotecas, cantar, bailar; moverse, básicamente. Y como pajarita de movimiento, imposible que disfrutara de tanta inmovilidad. Inmovilidad, orgasmos y vaginas, ese sería un buen nombre para su próxima canción. Aunque no sé si ella estaría muy de acuerdo.
Las hijas del fuego (2019), de la directora argentina Albertina Carri, es una película de temática porno lésbico. Ella así la presentó en la premier del Cine Arte Alameda. Su nombre, es un guiño a la novela de Nerval, en donde distintas mujeres buscan el amor. En la película de Albertina, ocurre algo similar; el relato se construye a partir de una sumatoria de mujeres que van apareciendo durante el viaje iniciado por una pareja que se reencuentra en la Patagonia.
La película se presenta como un manifiesto experimental que se reescribe durante sus 115 minutos de duración; existe el tiempo de la realización de la imagen y el tiempo del espectador sentado en la butaca. Hay un ejercicio escritural espontáneo que se nota en la pantalla. “Es como la Biblia”, dijo Alberti en una entrevista. O mejor: se trata de una reescritura del éxodo en versión porno. Las mujeres de esta película crean una comunidad silenciosa, de carácter religioso; son monjas que pertenecen al mayor claustro sexual que existió. Viajan, follan, comen rico y graban. Algo así como un paraíso hedonista materializado.
La mente de uno no es una caja impenetrable y cerrada, dice por ahí Levrero. Encuentro que tiene razón. Las hijas del fuego, es una película que abre los espacios mentales del cuerpo y el paisaje; ambos se transforman en una fotografía, con planos generales y primeros planos que alternan la aparición de distintos tipos de figuras femeninas. Todo en una armonía espacial entre naturaleza y corporalidades que cohabitan, confluyen, coexisten.
La propuesta de Albertina, sería entonces, presentar a estas mujeres desde las lógicas del desborde y la libertad sexual; el abismo, es un momento de hipnosis, plantea Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso. En este caso, el abismo no sería desde la ausencia y la soledad, sino más bien un abismo compartido por una comunidad de cuerpos múltiples. Como hojas de un frondoso árbol que se comunican entre sí, existen a partir de la sensación de hipnosis y trance erótico. Delgadas, verdes, anchas y espinosas; todas ellas, como hojas de un gran y frondoso árbol.
* Katherine Hoch (Santiago, 1991). Estudió Letras y Ciencias del Lenguaje. Ha participado del taller Poetizar y pensar de Nadia Prado (2017) y del taller Ensayo literario de Matias Rivas (2018). Actualmente es editora del colectivo Pantógrafas.