La F É M I N A en el cine

audrey-hepburn

Por Thomas Harris

Me gusta ese pequeño texto de Roland Barthes, de 1975, donde se describe como un hombre que viene saliendo del cine, que dice más o menos “quien les está hablando tiene que reconocer una cosa, que le gusta salir de los cines”: y ahí se encuentra con la calle iluminada, porque va al cine de noche, en un estado relajado, suave, apacible, irresponsable, readecuándose a la “realidad”, pero emergiendo de un estado hipnótico. “Y el poder que está percibiendo –agrega Barthes- entre todos los de la hipnosis es el más antiguo; el poder de curación”. Hay mucho de catarsis en el cine, pero catarsis hipnótica, catarsis que tiene mucho que ver también con el sueño, y el estado de salir de un sueño, de una caverna post-platónica. Antes del cine como técnica reproductiva, el cine como un profundo estado de embriaguez. Además, en el cine tenemos la posibilidad de mirar sin ser vistos mirar. De mirar sin ser mirados. De mirar sin culpa ni castigo; la mirada como una de las com(pulsiones) más inquietantes del sujeto.

Y he aquí la cuestión: quiero acercarme a un tipo de cine que pareciera ser muy particular, pero que para mi gusto impregna toda o casi toda la historia del cine. Es el cine y las féminas, el cine y la mujer. Porque antes de llegar a una concepción teórica y política desde el punto de vista del género, la mujer aparece en el cine ya desde Meliés, en todo el cine mudo, en la época dorada de Hollywood donde la aparición de una estrella, de una Rita Haywoth, de una Marlene Dietrich, de una Audrey Hepburn parecía mucho más refulgente en la pantalla que la de un director o productor. Creo que uno de los primeros papeles de la fémina, de la mujer en el cine, fue deslumbrar al espectador, primero con el rostro, con los ojos –que no lo miraban a él fijamente, sino al mundo recreado en el film, y como de soslayo al cinéfilo- con la profusión de su cabello y, más tarde, con todo el cuerpo. Si bien es cierto que mi discurso acá puede parecer –y de alguna manera lo es- falocéntrico, lo cierto es que el cine desde sus inicios fue no sólo un discurso patriarcal, sino y sobre todo, falocéntrico, porque las divas impregnaban la pantalla de deseo, de erotismo: y era un erotismo creado por productores. guionistas y directores. Creo que en ese orden. Y todas aquellas “estrellas” alumbraban desde el firmamento del celuloide con distintas luces, no sólo deslumbrantes o inocentes, sino oscuras, perversas, siniestras, catastróficas incluso. Porque como estado hipnótico, como sueño, como caverna post-platónica el cine, y sobre todo la mujer en él, está construido en base a arquetipos, y esto no es positivo ni negativo, es, simplemente, una cuestión de psique, de cultura, de discursividad, de inconsciente, de época, de moral, y, sobre todo, de mirada en las dos acepciones más inmediatas de la palabra: de allí la chica inocente del western clásico, la femme fatale, el objeto de deseo de un gorila gigante abatido en el Empire State, porque, como decía el protagonista de King-Kong “A la bestia no la mataron los aviones sino la bella”. Y también otras heroínas que retuercen más el asunto, las mujeres de Hitchcock, como en Vértigo y Sicosis, una imaginaria Kim Novak y la fugaz aparición de Janet Leigh. O la mujer que marca su presencia por la ausencia, como en Rebecca, con Joan Fontaine, que va padeciendo especularmente la densa presencia de su antecesora muerta; mujeres o arquetipos parecen surgir de lo más profundo del inconsciente más atormentado y brumoso. O las chicas rudas que comienzan a tomarse revancha de los patriarcas, pero también desde una mirada masculina trash, como las heroínas de Russ Meyer y su estética soft core o de sexploitation, que te guste o no están  ahí, o sus herederas más posmo, como las chicas de Thelma y Louise o de Baise-moi, dirigida por la dupla Virgine Despentes / Coraline Trinh Thi, censurada en pleno siglo XXI por el exceso de escenas de violencia y sexo. Ahora la violencia, la sexualidad y la venganza vienen ya de la mirada de unas directoras. También hay violencia y mucha “testosterona” en los filmes de Kathryn Bigelow y también terror vampírico como en Near Dark. Sigo con las actrices: porque también el cine es cosa de enamorarse: Manuel Puig, más allá de su orientación sexual, era un enamorado de las actrices de la edad de oro hollywoodense. Ingmar Bergman, Woody Allen, Rainer Maria Fassbinder y Pedro Almodóvar crearon entrañables mujeres en el celuloide, ya sea con sus actrices fetiches u otras que de alguna manera crearon desde sus respectivas y desquiciadas imaginaciones. Persona es la película más fémina que se ha filmado diría yo. ¿Quién creó a Brigitte Bardot? ¿Dios o Roger Vadim?

Ahora el cine  no es sólo cuestión de estrellas, productores, guionistas, directores sino sobre todo de los hipnóticos espectadores. Más allá de la orientación sexual, como dije, creo, cada uno se ha enamorado de alguna actriz de cine: yo comencé amando, por razones masturbatorias, a Sofía Loren y a una de las primeras chicas Bond, Úrsula Andress; pero ahora amo a aquellas actrices que finalmente encarnan en personajes entrañables, mujeres entrañables por su extrañeza y perturbadora belleza, como la que da el amour fou y la disfórica y bizarras construcciones de ciertos personajes: así Beatrice Dalle la protagonista de Betty Blue o 37,2° Al amanecer; o la máscara que recubre el rostro de Alida valli, en Le Yeux Sans Visage, tal vez la más hermosa película de terror que he visto o más; la más hermosa película que he visto y a la cual Almodóvar sin duda le rinde tributo en La piel que habito. O Lili Tylor sobre todo en su inquietante y perturbada performance de I Shot Andy Warhol, y su mujer vampiro y yonky en la película de Abel Ferrara Adicción, donde se da el lujo, y uno cómo lo goza, de chuparle la sangre a todo un departamento de Filosofía y Letras de una universidad gringa. Y la inquietante pareja de Mulholland Drive de David Lynch, con Naomi Watts y Laura Harring, que sí tiene la estructura de un sueño –o de una pesadilla- o es en sí misma ya una pesadilla. Creo que Ninfomaniac de Lars Von Trier es una peli profundamente femenina, donde Charlotte Gainsbourg enseña el erotismo y la sexualidad femenina a través de su cuerpo, sus gestos y su propio relato que van apoyando las bellas y también violentas imágenes de Von Trier. “Asunto de ojos: todo es cuestión de mirar y ser mirado”, escribe Octavio Paz. Y tiene razón, porque finalmente el espectador es quién crea su propia peli y su propia mirada erótica y fetichizada en la pantalla. Y ahora no hablo de las actrices de los filmes que acabo de recordar, sino de sus mundos, esos mundos rezumantes de rizomas y de deseos, esos mundos deseantes y, las más de las veces, oníricos y abyectos, pero de una abyección sublime y apasionante y femeninos más allá de donde se enfoque el ojo que mira y nos mira. Pelis muchas veces hechas a pulso, de bajo presupuesto, clasificadas como serie B, pero que por su extrañeza y apasionamiento, por su potencia transgresora y potencial erótico, terminan siendo pelis de culto. Y el amor que surge de estas féminas yace en eso: en la construcción de una imagen de la mujer que oscila entre el arquetipo y la misma destrucción de este.

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