Cine chileno: Ximena se pronuncia con Jota


Por Carla Renata*

Las Analfabetas (2013), dirigida por Moisés Sepúlveda, presenta la historia de Ximena, interpretada por Paulina García, una mujer de más de 40 años que vive sola en la casa que su padre le heredó después de abandonarla. Sin mascotas ni hijos pasa el día cuidando su jardín compuesto principalmente por malas madres o lazos de amor, como aprendió a decirles gracias a una amiga. Son sus plantas favoritas. Recorre las calles de Independencia y observa siempre con detención carteles, letreros y paraderos de micros.

Aparentemente, Ximena parece no guardar muchos secretos, simula estar siempre a la defensiva, es terca, un poco arisca, tiene respuestas, excusas y razones para todo. A su vida llega Jackeline, interpretada por Valentina Muhr, hija de una antigua amiga. La niña que antes Ximena conoció es ahora una joven profesora de lenguaje, decidida a ocupar su tiempo de cesantía en leerle el diario, debido a que Ximena es analfabeta.

Esta carencia no es lo único secreto que guarda la protagonista. Jackeline descubre un día de lectura el segundo secreto de Ximena: una carta escondida al interior de una pequeña estatua de Buda. Aquella correspondencia es lo único que Ximena guarda del último día que vio a su padre y es este objeto el que motiva el interés de Jackeline por enseñarle a leer. Desde ese momento comienza la ardua tarea de la profesora frente a una alumna analfabeta obstinada, que solo desea aprender a leer la carta. El ejemplo de esto es que para Ximena da igual cómo se escriba su nombre, si con “J” o “X”.  Tampoco le importa si se debe ensayar primero caligrafía o entender la dificultad de una letra al momento de reconocerla. Todos estos momentos transcurren y desencadenan una inminente afectividad que oscila entre el humor, la nostalgia y la bipolaridad. Vemos una relación entre dos mujeres que, distanciadas por la edad y su educación, devela aquello que prevalece por sabiduría e ingenio.

Las Analfabetas, más allá de la incapacidad de leer y escribir, muestra la problemática implicada en el proceso de enseñanza y la reciprocidad de este acto, en que las jerarquía alumna-profesora se invierte, se mezcla, se difumina y se cuestiona.

El progreso en el aprendizaje no es motivo de celebración para Ximena, al contrario, toda demostración de ternura y festividad por parte de Jackeline es reprochada y duramente cuestionada por ella. En ese sentido, me parece importante precisar que aquello que parece básico en nuestra sociedad, como leer y escribir, no debe ser visto como una carencia del sujeto mismo, sino un problema vinculado a las condiciones y métodos educacionales que no estuvieron a la altura de Ximena –y otras tantas Ximenas. Fue en realidad este sistema el que le hizo creer que su dificultad es objeto de vergüenza ajena. Recordemos que a los once años ella “no era una alumna, era una enana de la cabeza, enana por dentro de la cabeza”, como dice la protagonista al recordar su infancia en el colegio.

Se trata de una película que sucede mayoritariamente dentro de la casa de la protagonista; allí el tiempo parece detenido y lo cotidiano se vuelve un sinfín de sutilezas para las y los espectadores. Cáscaras de cítricos sobre la estufa, esquejes plantados en envases de yogurt, un altar de Jesús crucificado junto a Buda, un par de chanchitos de loza y una colección de recortes de animales para pegarlos en el refrigerador son algunos elementos que componen la escenografía y permiten involucrarse con el espacio doméstico de la protagonista, familiarizarse con su historia y la de Jackeline, historias que logran fundirse, complementarse. Al mismo tiempo, podemos observar a cada una de ellas en sus distintas problemáticas que, sin mayores resoluciones ni ostentaciones, se nos presentan en 73 minutos de sutilezas y risas nostálgicas y paradójicas.

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*Carla Renata (San Bernardo, 1995). Becaria de la Fundación Pablo Neruda (2019). También ha formado parte del Taller Poetizar y pensar de Nadia Prado (2017) y del Taller de Lectura Ingreso de lo político en el poema de Julieta Marchant (2020). Actualmente es librera y militante del Centro Social y Librería Proyección.

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