M A D R E S que parieron demonios

Por Dario Ossandón

 

PARTE I

Una madre es aquella fuente inagotables de experiencias: positivas o negativas, santas o malditas. Esta palabra, incluso como un eco nos otorga cierta fotografía personal; retrato de quién somos. Madre es aquel intento de guía, farol a puerto seguro en esta materia extraña que llamamos vida o, por otro lado, aquella responsable de que en el trayecto todo se trice y no seamos otra cosa que un errar constante, un habitante extraño y patibulario de los encuadres cristalizados más bajos de nuestra propia filmografía. Ambas posibilidades son extremas. Todos, o quizá una considerable mayoría de nosotros, somos un resultado de ambas partes y posibilidades: una mezcla rara entre comedia y tragedia, comedia y terror. Lo anterior no es revelador para absolutamente nadie, pero sirve, a modo de introducción para estas pequeñas lecturas que abordarán el rol de la madre en tres obras de terror cinematográfico: Carrie (1976), Viernes 13 (1980) y Psycho (1960).  Solo por hoy acepto la palabra de maestro de ceremonias, ya que entregaré estas reseñas que van de asesinatos, heridas abiertas y cariños maternales.

Decidí empezar con una película de heridas suaves y sangrantes; Carrie, dirigida por Brian De Palma, nos presenta la historia de Carrie White, una hermosa chica cadavérica y solitaria, torturada por su entorno escolar y por su mínima familia compuesta por su madre, una fanática religiosa que será la fuente principal de los demonios internos de su angustiosa hija. Algo así como una mujer que llama al pecho de esta “Dirty pillow”. Aferrándonos a esta analogía, podemos describir todo lo que compone la película: lo cálido y dulce que es cortado por navajas enfermizas propias de la condición humana. Carrie está condenada a su realidad burlesca y represiva, y a su vez es una maldición andante moviéndose de manera insospechada, incluso para los ojos de la protagonista.

 

La fotografía de la película tiene una suave nube que parece intensificarse en los momentos en que la deprimente figura de Carrie hace acto de presencia. La nube se contrapone con las escenas en que la protagonista usa su energía vengativa y nociva que crece en su interior. La música también se ve representada por esta “Dirty pillow”. Melodías inquietantes dignas del cine de los 70’s se intercalan con toques infantiles y tímidos. Ambos códigos del film (fotografía y música) dan espacio para que la bestia interna de Carrie se alimente y recoja cada acto para su fragmentada “opera de  venganza”.

La madre de Carrie es una especie de portadora de pólvora en esta bomba de tiempo; Margaret White tiene un concepto sádico y culposo de su propia religión. Todo lo que rodea su hogar es un peligro latente, y mantiene a su hija lo más alejada posible de todo aquello; apaga todo rastro de vida que existe en Carrie.  Muchas de las escenas altas del film son los extremos castigos y sermones que esta mujer proporciona. La habilidad de Carrie no es otra cosa que las aptitudes reprimidas de una persona que ha vivido bajo la sombra de los preceptos familiares. Que sus actos se manifiesten según parámetros de ira, es sólo resultado de la represión impuesta por una madre religiosa y que recita pasajes bíblicos. Todo esto, se comprueba desde la primera escena de la película: vemos a Carrie bañándose y a la vez, vemos cómo menstrúa por primera vez. Al enterarse de lo sucedido su madre no encuentra nada mejor que mencionar el pecado original y hacerla repetir unas cuantas frases que hablan del castigo de la mujer por caer en la tentación de la carne. Al final de la peli (spoiler alert), Carrie nos parece de principio a fin una víctima ya que entendemos las injusticias que vive y el por qué de su venganza. Venganza que se manifiesta tanto con la masacre en su colegio, como con la muerte que le da a su madre (crucificada con utensilios domésticos).

Es, entonces, la madre de Carrie quién, de alguna u otra forma, nos alecciona sobre cómo criar a una fuerza femenina de la naturaleza que es capaz de destruir y derribar la mayoría de las convenciones sociales a las que alguien, alguna vez estuvo atado.

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