Por Tomás López*
Andrei Tarkovski (1932-1986), célebre cineasta Ruso, comenzó su carrera con el largometraje La infancia de Iván (1962). Fue el primer cineasta Soviético en ganar el León de oro de Venecia. Este film nos muestra las experiencias psicológicas de un niño que ha sido despojado de sus vínculos humanos, por culpa de la devastación de los conflictos de la Segunda Guerra Mundial. La pérdida de su madre y de su hermana, lo han llevado a naturalizar la violencia y ha destinar su vida a consumar aquello que lo puede redimir: ganar la guerra. De este modo, todos los signos psicológicos propios de la infancia se han coartado y la única oportunidad de sentido existencial y vitalidad para él, se hallará en su obstinada participación en hechos fatídicos.
Ahora, cabe preguntar ¿dónde está la figura de la mujer en esta película? Pues, son tres: la madre de Iván, interpretada por Irma Raush; Masha, una enfermera y la hermana de Iván. En este pequeño ensayo nos enfocaremos en la significación de la madre de Iván.
Tarkovski nos muestra una visión de la mujer con un halo estético semejante a los paisajes arbóreos que nos suele revelar su lente cinematográfico. La madre, suele ser signo de paz, fortaleza, compasión y reconciliación, pero también de lejanía. Tal vez, hay una cierta conexión entre la representación del agua y la naturaleza, asociado a lo femenino o maternal. Ambas entidades parecen ser símbolos de una posibilidad de reconciliación con un mundo que ha perdido su armonía.
Al comienzo de la película, aparece Iván semidesnudo caminando por un bosque en donde se filtran profusamente los rayos de luz de un día soleado; Iván mientras camina, empieza a levitar, alcanzando las copas de los árboles, al mismo tiempo, el lente hace foco en una tierna mariposa que revolotea. Luego, Iván vuelve al suelo, donde hallará a su madre que sonrientemente trae un balde con agua, del cual él bebe. Después de esto, Iván ve un búho en un árbol, que lo hará acabar con su evocación onírica; él despierta entonces, en una precaria casa en medio de un sitio llano.
Estos hechos eran un sueño, parte de un pequeño paraíso perdido donde el poder de la nostalgia construye un edén, una belleza deseada que ya no volverá. O la naturaleza evoca a la madre o la madre evoca a la naturaleza, pareciera decirnos la película. En Tarkovski, la naturaleza es siempre armonía, porque el caos y la destrucción, lo añade la historia humana.
Esta idea de la madre, está hondamente arraigada por su experiencia con su propia madre y, por el pensamiento tradicional Ruso. Primero explicaré el primer punto. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, su padre, Arseni Tarkovski, partió a la guerra, el joven Tarkovski quedó con su madre, abuela y hermana. Mientras el mundo se derrumbaba, el sensible futuro cineasta hallaba sosiego y amor en compañía de su madre, en medio de la vasta naturaleza que rodeaba a su casa, paisajes que podemos reconstruir en las casas de sus distintos films: El espejo, Nostalgia y Solaris. Quizá, el sentimiento que tenía Tarkovski hacia su madre, podría tener su paralelismo con los sentimientos del francés Marcel Proust (escritor que Tarkovski en su libro Esculpir en el tiempo menciona), es cosa de recordar el primer tomo de En busca del tiempo perdido para encontrar una melancólica evocación de cuando su madre subía a darle un beso de buenas noches a su hijo. Aquí una cita del libro: “Hace mucho también que mi padre ya no puede decir a mamá ‘vete con el niño’, para mí nunca volverán a ser posibles horas semejantes’’. Me pregunto, entonces ¿acaso no hay una nostalgia similar a la de Proust, en el sentir de Iván? .
¿Ahora, cuál es el fundamento en la cultura Rusa que influye la concepción de lo materno? Tarkovski fue un hombre profundamente ruso, como profundamente ruso fue Dostoievski, Tolstoi o Pushkin. Tarkovski como nos devela por ejemplo su película Andrei Rublo, película que fue censurada por el gobierno soviético muchos años, apreciaba los íconos religiosos. Símbolos que vienen de la influencia del Imperio Bizantino y la posterior conservación por parte de la Iglesia Ortodoxa. Representaciones de Cristo, de los Santos, de Maria, en una estética simplificada y pacífica, son parte del imaginario visual del cineasta. Imaginario que lo llevaría a tener una profunda fascinación por las madonnas’ de Leonardo Da Vinci. Si bien definir a Tarkovski como un platónico me parece atrevido, me atrevo a decir que sigue la lógica de la nostalgia de una belleza perdida; la crucifixión de Cristo, las antiguas leyendas ascéticas de los santos, la espiritualidad dolorosa de María, la armonía clásica de las madonnas; todo nos revela una psicología hambrienta de una perfección tanto moral, como estética.
Esto me recuerda las concepciones de Niko Kazantzakis cuando en el prólogo de La última tentación de Cristo escribe:
“La doble sustancia de Cristo siempre fue para mí un misterio profundo e impenetrable: el deseo apasionado de los hombres, tan humano, tan sobrehumano, de llegar hasta Dios o, más exactamente de retornar a Dios para identificarse con él. Esta nostalgia, a la vez tan misteriosa y tan real, abría en mí heridas, hondas heridas’’
¿No era acaso este el sentir de Tarkovski? ¿No era acaso la madre, al igual que Dios, una entidad genésica, por la cual el alma del cineasta se despedazaba en sus evocaciones nostálgicas e idílicas? Era la madre ese paraíso antes de la existencia del mundo. Ese paraíso que ahora, en tiempos de guerra, el ser humano tenía vedado.
En el final de la película, Iván muere asesinado por los alemanes en una exploración que él realiza para encontrar datos de ubicación de ellos para los rusos; no por nada, esta fue la única película que le agradó a la Unión Soviética. Al morir, en una bella escena, Tarkovski nos muestra cómo Iván luego de la muerte se encuentra con su hermana y con otros niños, que seguramente también fueron víctimas de la guerra. Todo ocurre en una playa de mar sereno, juegan juntos, ríen y ahí, es cuando aparece su madre que, al igual que al comienzo de la película, trae un balde con agua del que Iván, nuevamente toma. Lo último que vemos, es a Iván corriendo sonriente por la luminosa playa.
¿No será toda la obra de Tarkovski, una poetización mediante distintos símbolos, sobre el anhelo melancólico por volver al paraíso que significa la infancia, al lado de la madre?
* Tomás López Soto (Chile, 2000). Escribe y pinta. Estudia Arte y Gestión Cultural. Obtuvo el premio a mejor cuento joven dado por la Corporación Cultural de las Condes (Festival Edgar Allan Poe, 2016). Colaboró en la página Casasauau.cl. Actualmente organiza ciclos de cine en su casa de estudios (AIEP Providencia).